La política en tacones 8 de Marzo, 2012
Pilar Ramírez
Con solidaridad para Bárbara Ybarra
y para todas las madres forzadas a vivir
sin sus hijas a causa de la violencia.
¿Dónde estamos?
Llega otro 8 de marzo, con pocos motivos para celebrar y mucho por exigir. Entre las pocas ventajas que tienen las fechas conmemorativas es que se despliega una razonable atención de los medios hacia el tema de la mujer y sus derechos. El quehacer informativo, con la feroz competencia que hoy enfrenta, debe buscar materiales periodísticos para ofrecer a sus audiencias.
Así, se muestran algunas caras de lo que es ser mujer: las madres solteras y la perpetua violencia económica que padecen, las mujeres indígenas y las carencias que viven en razón de su etnia y de su género, las mujeres profesionistas y el techo de cristal con el que luchan a veces sin éxito, pues llega un punto en el que ya no pueden ir más arriba, sólo por el hecho de ser mujeres; las amas de casa que continúan padeciendo violencia física y psicológica condicionada por la subordinación económica; las mujeres trabajadoras que todos los días deben enfrentar violencia laboral e institucional, ya que su trabajo es menos valorado sólo por su condición de mujeres y las muchas, muchísimas mujeres que padecen varios tipos de violencia simultáneamente.
Este filón de las noticias ha logrado abrir camino al tema de las mujeres, al reconocimiento de la violencia de género en sus distintas manifestaciones y ha permitido que la exigencia al respeto de los derechos de las mujeres vaya ganando calle.
Lo que no ha logrado es detener la violencia extrema contra las mujeres que se manifiesta en forma de asesinatos y de la que han sido víctimas muchas mujeres sin importar ocupación o condición social.
Sólo hasta que la televisión presenta a un homicida de mujeres como “El Coqueto” narrando, como si hablara del clima, el ataque del que hizo víctima a una mujer en un microbús, surge la indignación ante la posibilidad de que cualquier mujer de la familia pudiera encontrarse con un sujeto de este tipo.
Podemos entonces proponer a los jefes de información que hagan un trabajo de investigación periodística para que a lo largo de este mes presenten historias que cimbrarían a muchos. Les proponemos que le pongan un rostro a algunas de las 19.4 millones de mujeres que son cabezas de familia, porque entre ellas están las que viven en condición de miseria porque el padre de los hijos ha decidido no contribuir con la manutención de los hijos. Pueden investigar las triquiñuelas a las que recurren muchos hombres para evadir las aportaciones para sostener a los hijos, los apoyos indecentes que les brindan sindicatos o patrones para declarar menor ingreso del que reciben realmente. La artimaña de hacerse demandar por la esposa en turno para disminuir la aportación a los hijos de matrimonios anteriores.
Que busquen a un ama de casa que ha recibido una y otra vez golpes e insultos y que es víctima por partida doble, pues además de la pareja o marido golpeador, cuando decide presentar una denuncia, generalmente para salvar la vida, se encuentra con un aparato de justicia que la ignora o desdeña su queja, que la señala por no “aguantar” por “el bien de sus hijos” o bien, con una infraestructura institucional deficiente que no le puede ofrecer un refugio seguro cuando peligra su vida y la de sus hijos al lado del golpeador. El final de muchas de estas historias está escrito en la lápida de un cementerio.
En casi cualquier institución o empresa privada pueden encontrar las historias de mujeres trabajadoras que no logran una promoción o un salario digno porque ése se ha otorgado a hombres que desempeñan el mismo trabajo. Se pueden documentar las miles de mezquindades que rodean a la violencia laboral e institucional, el acoso, las insinuaciones, los castigos, las revanchas, la vigilancia que pesa sobre quienes se quejan o se rebelan ante estas situaciones.
El aumento de la violencia feminicida da para mucho material informativo. Se requiere una producción que sea capaz de recoger con exactitud el viacrucis de las madres que buscan infructuosamente a sus hijas desaparecidas, el dolor que no cesa, el insomnio que no las abandona imaginando las agresiones de que pudieron haber sido víctimas y la esperanza a la que se aferran por encontrarlas vivas. Ahondan la herida declaraciones como la de un funcionario que afirmó que el problema se debe a que las jóvenes “se van con el novio”. No hay peor salida a la responsabilidad institucional que intentar culpar a la víctima. Es, sin embargo, un hecho recurrente que padecen muchas familias.
Ante este panorama, ¿cómo podemos conmemorar las mujeres este 8 de marzo? Con una exigencia férrea de respeto al ejercicio de nuestros derechos.