viernes, septiembre 09, 2011

RENDIRSE


Queremos compartir este artìculo de Pilar Ramírez, que nos ayuda a reflexionar sobre el peso de las palabras y el contenido velado y obvio que tienen, todo lo que se ha caminado y el largo trecho que se vislumbra por un mundo màs justo.

Con un régimen en franca carrera hacia la derrota, a inicios de este mes, Muamar Gadafi llamó a sus tropas leales a continuar la lucha armada para combatir a los rebeldes. “No nos rendiremos, no somos mujeres, así que seguiremos luchando” dijo Gadafi a sus seguidores.

Como el líder libio está oculto no ha sido posible preguntarle quién le dijo que las mujeres se rinden. Si desde el siglo XIX, las mujeres, con sus faldas largas y llevando a las primeras manifestaciones feministas a sus hijos, se hubieran rendido porque había sectores de la población que se burlaban de su lucha o que las señalaban como una desviación de la corrección social, hoy no iríamos a votar como una tarea ciudadana que se ejerce con toda naturalidad.

Si las madres, padres, hermanos, hermanas y defensoras de los derechos de las mujeres hubieran callado ante los feminicidios en Ciudad Juárez y en otras partes del país, hoy, todas las mujeres asesinadas no serían sino sólo parte de una triste estadística que a nadie importaría, el número de crímenes quizá sería mucho más grande y, con toda certeza, no estaría tipificado el feminicidio como un delito.

Si las mujeres se rindieran nadie habría reparado en que existe la discriminación alimentaria, ésa que consiste en darle la mejor parte de la comida a los hombres, porque como casi no se ve, como ocurre en la intimidad de los hogares, quizá no habría quien lo denunciara como una violencia en contra de las mujeres. Hubiera continuado como normal la práctica de dar a los hijos varones la pieza de pollo, la raquítica porción de carne o la única fruta que llega a las mesas de las familias donde se considera que es más importante la alimentación y la vida de los hombres. Además, como eso ocurre especialmente en las zonas de la periferia urbana, en semirurales, rurales e indígenas, el hecho hubiera permanecido a la sombra más tiempo sin que a nadie le inquietara. Afortunadamente, los grupos defensores de los derechos de las mujeres han alertado sobre este problema y se llevan a cabo algunas acciones para corregirlo.

Si las mujeres se rindieran, los hombres continuarían viviendo en el confort de tener una mucama sin salario y sin instrucción. Si mujeres como Sor Juana Inés de la Cruz y muchísimas más no hubieran sido ejemplo y abogado por el derecho de las mujeres a estudiar, hoy seríamos el grupo de “lavadoras de dos patas” más grande, el sector al que se le podría vilipendiar más por ignorante. Asimismo, para las mujeres que ingresaran al campo laboral, simplemente no habría derechos. Si todavía falta un enorme camino por recorrer para eliminar la discriminación laboral, si las mujeres se rindieran, la caminata simplemente no habría comenzado.

Si en la lucha por el ejercicio pleno de los derechos de las mujeres hubiese habido tregua, seríamos completamente ajenas a decidir sobre nuestro cuerpo. Más, muchísimas más mujeres estarían encarceladas si se atrevieran a abortar, no tendrían voz ni voto en la elección de cuántos hijos tener y cuándo. No habría, por supuesto, legislación alguna que reivindicara el derecho a decidir libremente sobre nuestra maternidad. ¿La violación? Sería vista como algo natural. Como “cosa de hombres” que ocurre porque así lo quiere la naturaleza. O posiblemente, se responsabilizaría a las mujeres por “tentadoras”, “provocativas” y “descocadas”. Mucho más del 40 por ciento de las mujeres que hoy piden permiso a sus maridos para salir de noche, según dice la Encuesta Nacional sobre Discriminación, lo haría, incluso, como una obligación social.

Si las mujeres se rindieran, todos los casos de violencia que van desde tortura psicológica pasando por pellizcos, empujones, bofetadas hasta llegar a puñaladas y balazos no llegarían a ser denunciados ante un ministerio público. Si en la actualidad, cuando se denuncian y se documentan, la mayoría de las ocasiones no hay consignación del culpable; de no haber mujeres que insisten, reclaman y exhiben a servidores públicos para que se haga justicia, seríamos, simple y llanamente, propiedad del “hombre de la casa”.

Si no hubiera mujeres como Marisela Escobedo, Eva Cariño, como las mujeres indígenas que sufrieron cárcel injustamente por haber abortado y cuyos casos expuestos a la opinión pública mantienen el reclamo para que otras mujeres en la misma situación sean liberadas, como las integrantes de los grupos feministas que colocan la alerta en los casos de cualquier tipo de discriminación e incluso como las mujeres que están al frente de las instituciones dedicadas a defender los derechos femeninos, la vida de las mujeres sería no sólo peor sino siniestra.

No, las mujeres no nos rendimos. No podemos. Porque la desigualdad, la agresión y la violencia no cesan. No falta, por ejemplo, la mente retorcida que decide utilizar el viagra como arma con la que los soldados pueden cometer violaciones masivas contra la población femenina. Tal como ocurrió en Libia.


ramirez.pilar@gmail.com

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