PROXENETAS MEXICANOS Fin de una historia de abusos (2a)
Leticia Puente Beresford y Carolina Velásquez (Segunda y última Parte)
México, D.F. (apro-cimac).- Con nombres ficticios, estos son los testimonios de cinco de las víctimas de una familia de mexicanos, oriundos del estado de Tlaxcala, que durante 13 años –de 1991 a 2004—se dedicó a la trata de mujeres con fines de explotación sexual comercial.
En 1998, Claudia, de 17 años, conoció a Josué Flores Carreto en Tenancingo, México. Josué se presentó bajo el nombre de “Raúl” y la sedujo con promesas de amor y matrimonio. Tres años más tarde, en 2001, Josué se casó con ella e inmediatamente después la llevó a un hotel, donde la mantuvo encerrada durante dos semanas. Claudia sólo podía salir acompañada de él o su primo (Eliú). Posteriormente, Josué la llevó a casa de su madre Consuelo.
Claudia tuvo un hijo con Josué. Y cada vez que ella intentaba escapar, la madre y la cuñada la retenían, la golpeaban y la amenazaban con quitarle al niño para siempre. Inicialmente, Josué utilizó el chantaje como medio para convencerla de que se prostituyera. “Lo harás si realmente me amas”, le decía. Luego, utilizó la violencia física y las amenazas.
Una vez dominada su víctima, Josué obligó a Claudia a prostituirse en Irapuato, el DF y Puebla. En 2003, Claudia cruzó la frontera ilegalmente junto con su cuñada, María de los Ángeles Velásquez. Ya en Queens Claudia fue obligada a “atender” a un promedio de 20 hombres al día. Nunca vio un centavo. Josué la amenazó con matarla si intentaba escapar.
El caso de Petra no es muy distinto: Petra fue seducida por Gerardo Flores Carreto, quien la llevó a casa de su madre Consuelo en Tenancingo, Tlaxcala. Una vez ahí, Gerardo le prometió que le compraría dos casas en México, una para ella y otra para su familia. Tiempo después, en junio de 2003, Gerardo, en complicidad con su amigo, Daniel Pérez Alonso, la llevó a Estados Unidos. Como en los otros casos, cruzaron la frontera con la ayuda de “polleros”. Petra creía que iba a trabajar como mesera o en una lavandería, sin embargo, una vez en Nueva York, Gerardo y Daniel la convencieron para que se prostituyera, bajo el argumento de que tenían que pagar urgentemente la deuda que habían adquirido con los polleros que los ayudaron a cruzar la frontera.
Un caso más: A los 15 años, María, originaria de una pequeña comunidad de Puebla, fue a la Ciudad de México a trabajar como sirvienta. Un domingo asistió a un baile y ahí conoció a Daniel Pérez, quien dos semanas después la llevó a la casa de su “hermano” en Tenancingo, bajo la promesa de que esa noche regresarían al DF. Sin embargo, nunca regresaron: María fue encerrada y ultrajada por su captor. Después de aproximadamente dos meses, Daniel le dijo a María que tenía que ejercer la prostitución. Ella se negó y escapó. Se refugió en la casa de su hermana, en la Ciudad de México. Sin embargo, Daniel la encontró, le dijo que había cambiado, que la trataría bien, y la convenció para que volviera con él. Luego, la llevó a un departamento que compartía con Josué en el DF, donde la mantuvo incomunicada y, posteriormente, la forzó a prostituirse.
Igual que en los dos casos anteriores, María llegó a Estados Unidos sin documentos. Fue severamente golpeada y amenazada cuando no llevaba dinero suficiente o si se negaba a trabajar o intentaba guardar algo de dinero para sí. Dos veces quedó embarazada y en ambas ocasiones la obligaron a abortar. La vida de María era controlada completamente por la familia Carreto.
Lupe es otra víctima. Tenía 14 años cuando fue a visitar a su prima a Tenancingo, y ahí conoció a Gerardo Flores Carreto y al primo de éste, Cándido. Al final del día, Gerardo invitó a Lupe a casa de su mamá. Esa noche, la violó. Tiempo después Gerardo fue al pueblo de Lupe y convenció a sus papás de que se casaría con ella. Nunca lo hicieron, pero sí tuvieron una hija, Gladis, que vivió con Consuelo Carreto. A Lupe la llevaron a Tijuana, donde la obligaron a prostituirse y a mantener relaciones con más de 30 hombres al día. Vivió en esas condiciones durante cinco años. Gerardo le prometió que una vez que naciera el bebé no volvería a ser prostituta, pero luego la llevó a Estados Unidos a “trabajar”. Una vez más fue forzada a prostituirse y a enviar aproximadamente mil dólares semanales a la familia de Gerardo. El abuso y las amenazas fueron las mismas que en los casos mencionados.
Cristina es una mexicana que tenía varios años trabajando en un billar que frecuentaba la familia Carreto. Daniel Pérez la sedujo y varias veces le pidió que se prostituyera para él. Le decía que necesitaba dinero desesperadamente para enviar a su hermana y su madre enferma. Prometía que sería por un periodo corto de tiempo hasta que pudiera “ofrecerle lo que ella realmente merecía”. Cristina se negó. En conversaciones posteriores, Pérez reconoció ante Cristina que tenía a mujeres trabajando en la prostitución (tres en México y una en EU), con el argumento de que ese era su “trabajo”.
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