lunes, agosto 24, 2009

Afganistán, uno de los peores países para ser mujer


Escrito por Xthina Ávila-Zesati.

En fechas cercanas a las elecciones presidenciales afganas, quisiera hoy revisar lo que constituye la triste normalidad de las mujeres en ese país, porque sin duda, la discriminación es siempre un generador de violencia, y este hecho es ineludible en el caso de Afganistán, una nación sometida a la guerra durante tres décadas, en donde ser mujer es, en sí mismo, una condena. Según estadísticas de diversas agencias de la Organización de las Naciones Unidas, aún tras la caída del régimen Talibán (2002), 87% de las mujeres afganas sufren algún tipo de maltrato y su expectativa de vida promedio no excede los 44 años.

La Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en el Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés) reconoce serias desigualdades en materia de género, y el aumento de la violencia contra las afganas que participan en la vida pública, así como una gran recurrencia a las violaciones en el país. Afganistán firmó ya la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, y (al menos en papel) su Constitución garantiza la igualdad de derechos de hombres y mujeres, sin embargo, la realidad cotidiana dice todo lo contrario.

Las afganas tienen el ingreso per cápita más bajo del planeta y el índice de mortalidad materna es el segundo del mundo. Informes recientes de la Organización de las Naciones Unidas y de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos revelan que el asesinato de mujeres por cuestiones de honor, el intercambio de mujeres y niñas como si fueran objetos, y la violencia doméstica, son actos que pertenecen a una “triste normalidad”. Los matrimonios arreglados son una costumbre que está lejos de erradicarse, pues 57% de las mujeres en Afganistán todavía contrae matrimonio antes de los dieciséis años, la mayoría de las veces en contra de su voluntad.

Las defensoras de la paz perseguidas por los señores de la guerra

Malalai Joya es la diputada más joven del parlamento afgano. A sus 31 años, no ha conocido nunca a su país en estado de paz. Y sabe lo que es vivir en uno de los peores lugares del planeta para ser mujer: “matar mujeres aquí es como matar a un pájaro”. Ella ha sobrevivido cinco intentos de asesinato, ha sido expulsada del parlamento y se ha visto obligada a ocultarse, pero nada de esto ha conseguido silenciar su voz
Pero el caso de Malalai Joya no es el único ejemplo de quienes, desafiando todas las reglas, se han sumado a la vida pública y a la defensa de los derechos humanos en general y de los derechos de las mujeres en particular. A principios de 2009, Amnistía Internacional recordó el caso de Zakia Zaki, quien fuera directora de Radio Paz en la provincia de Parwan y una conocida detractora de los señores de la guerra. Ella fue asesinada a sangre fría en 2007, mientras dormía en su casa al lado de sus hijo pequeños.

Y las cosas parecen no haber cambiado: Shahla, es hoy la directora de un refugio para mujeres que corren peligro de ser víctimas de matrimonio forzado y de violencia sexual e intrafamiliar. Está amenazada de muerte. Lo mismo ocurre con Laila, quien trabaja en pro de la justicia a las víctimas de crímenes de guerra: “Desde 2007 estoy sometida a una presión sistemática por personas que me llaman por teléfono, me envían mensajes de correo electrónico, me siguen por la calle y amenazan con matarme. Durante los primeros seis meses de 2008, al menos en dos ocasiones intentaron secuestrar a mis hijos cuando volvían de la escuela”.

La diputada afgana Shinkai Karokhail, saltó recientemente a las noticias internacionales por su férrea oposición a una ley misógina, que ha entrado en vigor a tan sólo un mes antes de las elecciones afganas; una ley que afecta a las mujeres de la minoría chiita, y cuyo texto permite explícitamente la violación de las mujeres por parte de sus maridos, y las somete en casi todos los aspectos de su vida a la vigilancia masculina, incluso para salir de casa.

Suraya Pakzad, reconocida por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del 2009, y fundadora de la organización Voces de la Mujer, ha contado a quien quiera oírla que la violencia de género es una enfermedad endémica en este país, pues en su refugio en Herat, al oeste del país, recibe víctimas de maltratos y matrimonios forzados, en algunos casos de niñas de tan solo nueve años.

Actualmente, y a pesar de las reformas del gobierno actual, el 80% de las mujeres en Afganistán no tienen acceso a la educación, y aunque tras la caída de los Talibanes este país tiene uno de los más altos porcentajes de legisladoras en el mundo, lo cierto es que sus voces no logran escucharse, lo que hace pensar en cuotas femeninas que sirven para maquillar desde el gobierno una realidad bien diferente de la vida diaria.
La interminable guerra ha dejado viudas a por lo menos 2 millones de afganas, mujeres que en un país sometido al fanatismo masculino no son nada para nadie sin un hombre a su lado; aunque tenerlo sólo parece garantizarles de momento, vivir una vida sin libertades.

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