miércoles, marzo 18, 2009

México: ¿Cuánto vale la vida de una mujer?

Por: Gloria Arenas Agis
Una noche, hace más de veinticinco años, la pequeña comunidad nahua de Tepetixtla, enclavada en la Sierra de Zongolica, se encontraba reunida con el objetivo de llegar a un arreglo entre la familia de una adolescente que había sido violada y la familia del joven violador. La muchacha había ido al arroyo por agua y regresaba con dos cubetas de plástico llenas cuando el agresor la arrastró al monte, las cubetas quedaron rotas en la vereda. A pregunta expresa, la familia de la víctima pidió que se repusiera el daño causado con dos cubetas nuevas. La familia del violador convino en esto y el asunto quedó solucionado. La asamblea terminó y la gente comenzó a dispersarse. Quedé inmóvil, como la piedra que me servía de asiento. Pensé que tal vez mi forma occidental de razonar no lograba desentrañar la complejidad de lo que acababa de presenciar, que era una joven inexperta que no alcanzaba a entender otras culturas, pero nada de esto logró mitigar el impacto que sentía. Dos cubetas de plástico nuevas para reponer las que se habían roto era justo ¿y para reponer la integridad destrozada de la muchacha? Nada ¿Cuánto valía ella?

Con el transcurso de los años he llegado a la conclusión de que en el fondo del asunto no yacía una forma cultural diferente, ni los ''usos y costumbres indígenas'' respecto a la mujer. No se trataba tampoco de un hecho aislado o que raramente sucede, sino de algo que se repite constantemente, en todos los lugares, en distintas culturas, en diversos sectores, aunque revestido de diferentes maneras. El poco valor que nuestra sociedad da a las mujeres tiene varios nombres, se llama patriarcado, se llama discriminación, se llama violencia contra la mujer, se llama machismo.
En Ciudad Juárez, Chihuahua -y en todo el país- cientos de niñas, adolescentes y jóvenes son violadas y asesinadas. Sus cuerpos muestran la salvaje brutalidad con la que se les ataca. Muchas otras están desaparecidas. Cientos y cientos de ellas, hasta acumular miles de casos mientras las autoridades -hombres y mujeres- encargadas de protegerlas se preocupan más por ocultar estos crímenes y por hacerlos pasar como una situación ''normal'', que por investigarlos y evitarlos. Que gobernantes y funcionarios de todos los niveles actúen así se explica porque corresponden a un estado capitalista y patriarcal cuyos intereses hegemónicos están por encima de todo. Calderón mismo dictaminó, antes que nadie, que la causa de la muerte de Ernestina Ascencio, también indígena nahua de la Sierra de Zongolica, no fue la violación a manos de militares, como ella alcanzó a decir, sino una gastritis mal atendida. La Suprema Corte de Justicia no encontró que a Lydia Cacho se le hayan violado sus derechos gravemente. Estos mismos magistrados, en un asombroso acto de malabarismo, reconocieron graves violaciones en la represión contra San Salvador Atenco, pero al mismo tiempo eximieron de responsabilidad penal a los culpables. Las personas y organizaciones que exigen justicia para las mujeres violadas por militares en Saltillo y en Guerrero son perseguidas y amenazadas.


Tampoco son una sorpresa las posturas discriminatorias y misóginas de la derecha: pretender convertir la capacidad de concebir y ser madre de la mujer en una obligación cuyo incumplimiento sea penalizado, sólo por dar un ejemplo. Pero ¿Hasta dónde el movimiento popular, la izquierda, con posiciones políticas y sociales más progresivas, refleja el mismo machismo, el mismo desprecio? Macella (Sali) Grace Eiler tenía diecinueve años cuando llegó a nuestro país en 2007 procedente de Estados Unidos, atraída por la resonancia internacional que para entonces ya tenía la insurreción popular de Oaxaca. Solidaria participó en el movimiento oaxaqueño, conoció organizaciones y personas. Impartió talleres para niños en comunidades indígenas. Su padre y su madre vinieron a visitarla. Regresaron con la impresión de que México estaba operando de tal manera en su hija que ella estaba creciendo como ser humano. El 14 de septiembre de 2008, cuando le faltaban dos semanas para cumplir veintiún años de edad fue asesinada, su cadáver fue encontrado en San José del Pacífico, desnudo, con cuatro machetazos, signos de violencia en el cuello, sin ojos, sin cabello, la cara parecía haber sido desprendida o quemada totalmente. El número de asesinatos contra indígenas, maestros y luchadores sociales cometidos por caciques, paramilitares y policías bajo el gobierno de Ulises Ruíz es elevado, por eso, la suposición lógica fue que se trataba de un asesinato político. Pero quienes la conocían en el CIPO de Oaxaca, y un grupo de artesanos instalados en las inmediaciones del Auditorio Che en la Ciudad de México, no se conformaron ni con la versión oficial, ni con suposiciones e iniciaron una eficiente investigación que culminó con la detención del asesino en el Okupa Che y su entrega a las policías del DF y Oaxaqueña.

Lo que sucedió después es el amargo corolario de una historia de terror. La Procuraduría de Justicia de Oaxaca en un intento de ocultar su incapacidad y falta de interés en investigar el caso dijo que ya estaban sobre la pista del asesino y que de cualquier manera lo habrían detenido. Sali, victimada, no podía contar lo que sucedió, pero había muchas pruebas e indicios que hablaban por ella, sin embargo ni autoridades ni medios de comunicación recogieron los testimonios de varias personas que habían aportado la información que permitió la captura del asesino, ni realizaron una indagación profesional. ''El Imparcial'' de Oaxaca difundió una visión totalmente inventada sobre lo acontecido. Que ella era novia del asesino, que habían consumido drogas y que riñeron. La autopsia practicada al cadáver es muy deficiente. No especifica si fue violada o no, una omisión imperdonable pues todo indica que la violación fue el móvil del agresor. No explica la causa por la que el rostro estaba negro o había sido desprendido. No se practicaron exámenes toxicológicos. Tiempo después se dijo que se practicaron unos exámenes y que éstos arrojaban que había consumido drogas, pero su credibilidad es muy cuestionable porque no fueron realizados en oportunidad y más bien parece que se quiere confirmar con ellos la versión inventada y la del asesino.

Aunque la autopsia tiene varios vacíos e incongruencias el gobierno estadounidense, representado por sus diplomáticos en México, no exigió una segunda autopsia, ni mostró interés real en una investigación exhaustiva. Lo que hizo fue recomendar la incineración del cuerpo antes de que éste fuera llevado a Estados Unidos. John Gibler, escritor y periodista que ha escrito sobre diversos problemas sociales y reseñado algunos movimientos en nuestro país, se trasladó a San José del Pacífico, vió el lugar donde fue hallado el cuerpo de Saly. Entrevistó y recabó diversos testimonios, entre ellos, el de las personas que estaban con ella esa noche cuando el asesino se acercó y le ofreció llevarla a la casa de la persona que ella buscaba.
La información que recogió demuestra que el asesino y Sali no eran novios y que ni siquiera se conocían, que tampoco era adicta a drogas, ni al alcohol. Pregunté a John si su minuciosa investigación periodística había sido publicada y quedé impactada con su respuesta. No había sido pubicada porque la revista estadounidense de izquierda que se había interesado en el caso, al ver que el móvil del asesino no había sido político sino muy probablemente la violación dijo que no la publicarían. Dieron una razón: ''No se trataba de un asesinato político''. En otras palabras, la verdad sobre Sali y su muerte no merecía ser divulgada, se trataba de un feminicidio más que no era de su interés. John me platicó también que las personas que le dieron su testimonio en San José del Pacífico le dijeron que nadie había ido a preguntarles nada, ni policías, ni medios de comunicación. Lo que significaba que las versiones difundidas carecían de una indagación mínima que la sustentara y otras se basaban en lo dicho por el victimario. Él estaba sorprendido de encontrar tal indiferencia de autoridades y medios de comunicación en el país que ha logrado que la palabra feminicidio se retomara internacionalmente. ¿Cuánto valía la vida de Sali para el gobierno de Estados Unidos? ¿Cuánto valía para la revista estadunidense de izquierda que perdió interés en el caso, ''porque no era político''. ¿Cuánto valía para las autoridades oaxaqueñas? ¿Cuánto valía para los medios de comunicación que propagaron versiones falsas que culpabilizaban a Sali de su asesinato?


El 2 de noviembre de 2008, en el área metropolitana de la Ciudad de México, Libertad y el Mapache que habían sido pareja, riñeron en el interior del automóvil que ella iba conduciendo. Él empezó a golpearla, el coche se detuvo y gente que estaba en ese lugar intervino sacándolo a él del vehículo. Ella siguió conduciendo hasta su departamento. Después llegó él, entró y empezó a golpearla en el cuerpo y en la cabeza. Ella perdió el conocimiento, pero los vecinos se dieron cuenta de lo que sucedía y evitaron que la golpiza continuara. Fue llevada al hospital donde le diagnosticaron edema cerebral y contusiones diversas. Este es un caso de violencia contra la mujer entre los millones que se dan en nuestro país. Ante la indiferencia social general y de las autoridades en particular. Es común que en estas situaciones se abandone a la mujer a su suerte aduciendo que es asunto particular o familiar, como si la violencia hacia la mujer y la violencia intrafamiliar no fueran un problema social. Pero en esta ocasión lo acontencido no pasó desapercibido para el entorno cercano a ellos: el movimiento en el que ambos participan y ambos son conocidos. El hecho puso a discusión el tema de la violencia hacia la mujer e intrafamiliar como manifestaciones de poder patriarcal -que no es exclusivo de los hombres-. Dondequiera que se iba teniendo noticias del caso surgía la pregunta ¿qué hacer? Las reacciones fueron muy diferentes, un colectivo expulsó de un evento al golpeador. Otro colectivo amenazó a Libertad de que si ella hacía algo, iban a decir que ella no era compañera del movimiento social -como si eso le diera derecho a él de golpearla. La generalidad reprueba la violencia empleada por el Mapache y algunos incluso se lo han expresado directamente a él. Éste difundió una carta en la que niega ser un golpeador y se declara incomprendido. Hay quienes opinan que él es un compañero y hay que escucharlo -como si lo que él pudiera decir, justificara la golpiza que propinó a la compañera-. Y hay quienes se pronuncian por generar, a partir del hecho, una corriente de opinión de reprobación de la violencia hacia la mujer. Otras y otros opinan que es mejor callar y dejar las cosas como están para no crearse problemas. Si bien hay una postura mayoritaria de rechazo a la violencia y al machismo manifestados, ésta no se ha visto reflejada en la práctica en la misma magnitud. El caso dejó ver que existe más desconcierto que claridad ante qué hacer. Dejó ver que existen posiciones disímbolas. Sobretodo, dejó ver que no hemos podido generalizar en la izquierda -entre hombres y mujeres- un pensamiento antipatriarcal, una corriente de opinión extensa de rechazo a las prácticas de violencia contra la mujer, vengan de quien vengan. Y vuelve a plantear la necesidad de profundizar la reflexión sobre el tema.


¿Es que el cálculo político prevalece sobre la integridad de una mujer? ¿Cuál es la importancia que damos a combatir el patriarcado? ¿Qué tanta importancia da la izquierda a la lucha contra la violencia hacia la mujer? ¿Consideramos parte del movimiento popular a los grupos no gubernamentales que atienden a mujeres, niñas y niños víctimas de violencia, de explotación sexual y de pederastia; a quienes luchan por poner un alto a los feminicidios y desapariciones no políticas? ¿Qué grado de contradicción existe en la izquierda entre nuestras -en mujeres y hombres- convicciones feministas y antipatriarcales y nuestra práctica -política y privada- cotidiana?

El recuerdo de aquella reunión en Tepetixtla de hace más de 25 años llega una vez más a mi mente. Obviamente en la capital del país y en el siglo XXI existen personas para quienes la vida de una mujer no vale ni siquiera dos cubetas de plástico. ¿Cuántas historias como ésta se repiten en todos los ámbitos sin importar cultura, clase social o ideología? ¿En el movimiento popular hay ejemplos de colectividades que han encontrado cómo realizar esfuerzos prácticos en pro de la equidad entre géneros. Recuerdo haber leído en el Encuentro de Mujeres Zapatistas y los Pueblos del Mundo: Comandanta Ramona realizado en Chiapas a fines de 2007, a una pregunta realizada por una de las presentes sobre qué hacían las Zapatistas cuando un hombre maltrataba a su mujer, las expositoras contestaron que el grupo de mujeres de la comunidad iba a su casa y hablaba con él. En Apizaco, Tlaxcala el Colectivo Apizaco de Trabajadoras Sexuales sostiene que venden placer, no su cuerpo, su cuerpo es de ellas, rechazan a los padrotes igual que a la extorsión policíaca y a los planes de gobierno de la Ciudad de ponerlas al servicio de inversionistas que pretenden explotar su trabajo. Han logrado protegerse, cuidarse y solidarizarse unas con otras en vez de competir entre ellas. De estos esfuerzos y otros más, podríamos aprender.

Sin embargo el patriarcado está tan compenetrado en todos los ámbitos de nuestra sociedad que el movimiento popular no es la excepción. La lucha que se da para combatirlo aún no es lo suficientemente extensa y profunda como para reflejar un cambio sustancial y distamos mucho de poder decir que vamos ganando la partida en la creación de un mundo en el que mujeres y hombres nos relacionemos sin desprecio ni discriminación, sin dominación ni violencia. Necesitamos conocer más historias de personas y colectividades que llevan a la práctica esfuerzos de combate a la violencia contra la mujer, esfuerzos liberadores del machismo y del dominio patriarcal. La igualdad de género no es algo que se de por añadidura en la práctica de los movimientos de izquierda, ni se dará en automático en un sistema no capitalista. Es algo que tenemos -hombres y mujeres- que construir desde ahora. No hay congruencia si afirmamos que queremos una sociedad sin discriminación ni machismo en el futuro, pero al mismo tiempo no hacemos nada para construirla desde abajo.

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