lunes, marzo 09, 2009

Las raíces de esta guerra están dentro de las casas


Esther Chávez Cano, fundadora de "Casa Amiga" recuerda la tarde de 1996 en que llevó al reportero a conocer a la familia de una de las primeras muertas de Juárez: Te dije que esa impunidad iba a convertir a esta ciudad en un horror. Le pesa a Esther haber tenido razón: No le veo el final a esta guerra; no sé cómo la van a ganar. A sus 74 años, merecedora del Premio Nacional de Derechos Humanos hace unos meses, a Esther no le queda mucho de qué impresionarse. Por sus manos han pasado, literalmente, cientos si no miles de mujeres ultrajadas, reinas de los moretones. Por su Casa Amiga, ahora un edificio hermoso construido ex profeso, conseguido por ella a fuerza de terquedad, pasaron en el terrible 2008 de Ciudad Juárez casi 7 mil 500 mujeres víctimas de violencia doméstica. Fueron atendidas por una veintena de profesionales y 60 voluntarios. Las raíces de esta guerra están dentro de las casas, dice Esther, empeñada en que la matanza de todos los días no le nuble el coraje: No me quiero acostumbrar a los muertos, no lo haré.

Y pasa a narrar los casos espeluznantes que siempre tiene sobre la mesa, las raíces de esta guerra: como el de un niño de 10 años, a quien su padre y su tío hicieron alcohólico. O el de un violador que fue detenido, tras 12 años prófugo, sólo después de que ella informó a las autoridades dónde encontrarlo. “Un procurador me llegó a decir: ‘Esthercita, cuando encuentre a ese José me avisa’.” Hace ya tres años que la Casa Amiga no atiende sólo a mujeres. Tiene ahora un programa para adolescentes problema: talleres que desde un enfoque de género abordan la violencia doméstica, el abuso sexual y los derechos sexuales y reproductivos. El programa comenzó porque la orientadora de una escuela secundaria cercana no sabía qué hacer con los alumnos violentos. Se ha extendido a otras escuelas y a muchachos que llegan por su cuenta. Los chavos llegan huraños, pero los talleres han resultado tan exitosos que muchos regresan a colaborar de voluntarios.

Les pedimos, por ejemplo, que nos traigan recortes de periódico con las noticias sobre violencia que les llamen la atención, y nos traen el periódico entero, dice la sicóloga Lydia Cordero.

–¿Les preguntan quienes han usado un arma?

–La mayoría de los hombres saben cómo funciona un arma, se las comparten en la escuela.

–Y cuando les preguntan quiénes han presenciado un hecho violento, ¿cuántos levantan la mano?

–Todos.

Al principio de los talleres, dice Cordero, los jóvenes hablan de pandillas, asaltos y balaceras, como si hablaran de ir por un helado. Les parece algo absolutamente normal. Hacia el final de los talleres, ocho de cada 10 muchachos han aprendido que la violencia no es parte de la naturaleza. Vuelve a la palabra Esther, sobre los más jóvenes: “¿Qué generación va a resultar de esta matanza? ¿Qué va a ser de los huérfanos del narco? Aunque esto se arregle, esta generación ya viene dañada”.

¿Juárez es una ciudad sin ley?, se pregunta a Esther, la víspera de su quimioterapia, porque ahora libra ahora su personal guerra contra un cáncer que no le quita las ganas de construir otra casa y un refugio para niños abandonados.

¿Ciudad sin ley?, se repregunta Esther. ¿Pues cuándo la ha habido?

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